Por Germán Vargas
Siempre me he tomado muy en serio la parábola del juicio de las naciones, y creo que lo mismo deberían hacer todos los que se consideran cristianos. Seguramente la conoce, pero sino búsquela en la parte final del capítulo 25 del evangelio según Mateo. Es un texto muy fácil de leer y entender, y lo que dice – considerando el mensaje y práctica del mismo Jesús- tiene muchísimo sentido.
Como verá, allí se nos informa del regreso de Jesús como Rey y Juez de todas las naciones, y lo que se anuncia es que ese día, “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él”, se nos juzgará por el amor y compasión a los demás, y por el trato que les hemos dado.
He vuelto a ese relato al escuchar el sermón de la obispa Mariann Edgar Budde en la Catedral Nacional de Washington, pidiéndole a Donald Trump que tenga piedad. Mirando hacia donde estaba sentado el presidente de los Estados Unidos, al lado del vicepresidente y de sus respectivas esposas, la obispa Budde le ha dicho en tono respetuoso: «Señor presidente: millones han puesto su confianza en usted. Y como usted dijo ayer, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En el nombre de Dios, le pido que tenga misericordia para gente en nuestro país que tiene miedo ahora».
En la parábola bíblica Jesús se presenta como una persona que sufrió hambre, tuvo sed, fue migrante, estuvo desnudo, enfermo, y padeció la cárcel, siendo atendido y acogido por unos y abandonado y despreciado por otros. Y cuando le preguntan, sorprendidos, cuándo lo vieron en esa condición, él les responde: De verdad les digo que cuando lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, lo hicieron a mí.
Cuando la obispa Budde dice que hay personas que tienen miedo ahora en Estados Unidos, se refiere específicamente a dos grupos: migrantes y miembros de la comunidad LGBTQ+, que han sido blanco principal de los ataques durante la campaña impulsada por Trump, y que ahora son objetivo prioritario de sus políticas.
La obispa pide compasión por personas, los migrantes, «que recogen las cosechas, que limpian nuestras oficinas, que trabajan en granjas y en empacadoras de carne, que lavan la loza luego de que comemos en restaurantes, y que trabajan en turnos nocturnos en hospitales». Millones de personas, que: «Podrán no ser ciudadanos, o tener la documentación apropiada, pero la vasta mayoría de los migrantes no son criminales. Ellos pagan impuestos, son nuestros vecinos, son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas y templos».
Las imágenes muestran, y no llama la atención, que la prédica de la obispa la Iglesia Episcopal estadounidense molestó a Trump y al vicepresidente Vance. Lo que sí es una ridiculez, y una necedad en sentido bíblico, es que algunos supuestos cristianos, en un país como el nuestro, se hayan sentido ofendidos también, y pretendan que suplicar bondad y solidaridad es inapropiado si lo hace «una radical de izquierda que odia a Trump», y se pide para migrantes o para aquellos que el presidente ha declarado inexistentes.
«Hay niños gays, lesbianas y transexuales, y familias demócratas y republicanas e independientes, algunas de las cuales temen por sus vidas». «Le pido que tenga clemencia con aquellos en nuestras comunidades cuyos niños temen que sus padres sean llevados lejos. Y que ayude a los que huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí». Ese ha sido el clamor de la obispa Budde, y lo ha hecho acordándose de los más pequeños. En el juicio final reseñado en la parábola, a los justos les dice Jesús: “Vengan, benditos de mi Padre”. A los malvados los aparta, y los llama malditos. El criterio para identificarlos, es importante reiterarlo, es el amor y la misericordia. Ya todos conocemos la parábola y, seamos creyentes o no, podemos elegir como proceder, y de qué lado estar.
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