No recuerdo exactamente cuándo, pero debe haber sido hace 25 años, quizás más, que acudí invitado por colegas de la Comisión Episcopal de Acción Social – CEAS, a una reunión con Luis Pérez Aguirre, sacerdote jesuita y defensor de los derechos humanos nacido en Uruguay.
Pérez Aguirre falleció en enero de 2001, y su vida fue muy fecunda habiéndose involucrado en servicios diversos de promoción y defensa de los derechos de personas en situación de vulnerabilidad. Por eso, teniendo algo de información sobre su trayectoria, cuando mis amigos de CEAS me invitaron no dudé en asistir.
En esos tiempos, como ahora, hablar de lo que ocurría en el mundo y en nuestros países podía ser desesperanzador. Sin embargo, y pese a los datos compartidos, la buena noticia siempre fue que, en circunstancias tan desafiantes y violentas, había personas y organizaciones dispuestas a dar pelea para transformar la realidad.
Creo que a todos nos pasa que cuando asistimos a una reunión nos quedamos con algunas ideas, frases o determinada información, que nos resulta novedosa o impactante. De aquella conversación con Luis Pérez Aguirre me quedé con datos que me sorprendieron y hasta abrumaron por la inequidad y violencia que revelaban. Citando cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Pérez Aguirre señaló que bastaba con disminuir el consumo de superfluidades para enfrentar, e incluso resolver, algunos de los mayores problemas de la humanidad.
Así, por ejemplo, el costo de la enseñanza básica para todos estimada en esos tiempos en 6,000 millones de dólares contrastaba con los 8,000 millones que se gastaba en cosméticos, solo en Estados Unidos. O el costo de agua y saneamiento para todos que podía alcanzar a 9,000 millones de dólares, era menor que los 11,000 millones que representaba el gasto en helados en Europa.
Esas y otras cifras pueden ser distintas ahora, pero lo que no difiere es la desproporción que, según algunos reportes, incluso se ha incrementado. Es el caso del 1% más rico de la población mundial cuyo patrimonio se ha multiplicado en las últimas dos décadas. Así tenemos que mientras ese 1% de la población posee el 38% de la riqueza global, el 50% de la gente que vive sobre la faz de la tierra solo posee el 2% de la riqueza mundial. Otro informe, Global Wealth Report 2024, indica que un grupo representativo del 39,5% de la población reúne solo un 0,5% de la riqueza mundial.
Aunque en el referido informe se sostiene que el mundo se está volviendo progresivamente más rico, lo real y evidente es que, si bien hay más dinero que nunca, es la fortuna de los más ricos la que se incrementa, y se acentúa la tendencia a la acumulación de dinero y de poder.
La lista Forbes de los más ricos del mundo tiene registradas a 2.781 personas consideradas multimillonarias, y que proceden de 78 países, pero hay uno a quien debiera prestársele más atención. Me refiero a Elon Musk, el primero o segundo de los más ricos del mundo, quien no disimula su afán de obtener más poder. Lo hemos visto en la campaña electoral estadounidense apoyando al candidato republicano, como activista político e inversor que ha empezado a recibir réditos aún antes que Donald Trump empiece a gobernar.
Musk, para quien se ha creado el Departamento de Eficiencia Gubernamental, ampliará su influencia desde la administración Trump, con una posición de privilegio muy favorable para sus negocios. Recientemente, el presidente chileno, Gabriel Boric, ha alertado sobre el papel de las tecnologías y la intervención de los multimillonarios en los procesos democráticos en el mundo, y lo ha hecho a propósito del activismo de Musk quien va tejiendo alianzas con el liderazgo de extrema derecha de varios países del mundo. Y no es para fortalecer las democracias.
Está claro que sus proyectos para establecer una colonia en Marte, y tantos otros, no son para mejorar la calidad de vida de la humanidad, hay dudas sobre si solo se trata de ganar más dinero o tiene que ver con alguna opción ideológica, y ya falta poco para saber qué más hará con tanto poder.
Acaso resulta más peligroso que Trump, acaso se convierte en el líder de aquellos que recusan la democracia y los derechos humanos en el mundo. Parece exageración, pero hay que estar alertas.
(Germán Vargas Farías, Página 3)
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